lunes, 23 de julio de 2012

LUCES Y SOMBRAS DE LA APLICACIÓN DE LA LEY DE PREVENCIÓN DE RIESGOS LABORALES

Me siento obligado a echar la vista atrás y hacer balance de los diecisiete años transcurridos desde que entrase en vigor la Ley de Prevención de Riesgos Laborales en España. No se trata sólo de mi deber como Coordinador del Consejo Provincial de Seguridad y Salud Laboral de la FSP-UGT, sino como trabajador, o simplemente como ciudadano que forma parte de la realidad social en la que vivimos y, por tanto, trabajamos.
La evolución estadística de la siniestralidad laboral desde 1995 arroja luces y sombras sobre el seguimiento y cumplimiento de la LPR. Si bien hay que reconocer que el índice de incidencia de accidentes ocurridos en el centro de trabajo en 2011 está más de quince puntos por debajo del  año 95, el verdadero descenso no se produce hasta bien entrado el nuevo siglo. En cambio, desde la entrada en vigor de la Ley hasta 2001, la tendencia fue al alza hasta alcanzar cifras alarmantes. Algunos achacan dicha dinámica a la propia estructura del mercado laboral del momento -el sector con mayor siniestralidad es la construcción, buque insignia de la economía española pre-crisis-. Personalmente, no puedo -ni quiero- dejar de pensar que todos tenemos parte de la responsabilidad del drama. Desde el empleador que ignora la ley, al empleado que se la toma “a chufla”, pasando por las administraciones que tantas veces ni cumplen ni hacen cumplir la ley.
Quiero desmarcarme tácitamente de los que abogan por la guerra de guerrillas, por el burdo espionaje y la sanción ejemplar. Es un nefasto entrenador el que castiga a su equipo después de la derrota cuando no ha preparado el partido durante la semana. Hablamos de cosas serias. “Drama”, dije antes. Porque un accidente laboral no es otra cosa. En el mejor de los casos es un trabajador cuya salud se resiente a causa de sus condiciones de trabajo. En el peor, un hijo huérfano, una mujer viuda, una familia rota. Un accidente laboral es un drama, algo que no debiera ocurrir nunca, como una terrible inundación, o un terremoto. Con una diferencia de peso: podemos prevenirlo, podemos evitarlo. Pero debemos hacerlo desde la educación y la concienciación. 
Cada día se habla, se discute y se debate -desde las escuelas hasta el Parlamento- sobre educación religiosa, ética, moral, sexual y hasta para la ciudadanía. Desafortunadamente pasamos por alto educar para una actividad igualmente inherente a todo ser humano: el trabajo. Y es aquí, en la educación y concienciación, donde insto a las administraciones a que hagan un esfuerzo intenso y continuado en el tiempo para que la LPR deje de ser un mero articulado con la noble pretensión de suavizar una estadística macabra, y se convierta en una herramienta proactiva y eficaz para la consecución de su verdadero propósito: garantizar la seguridad de las personas en sus centros de trabajo.
No es una tarea fácil, ni exenta de un coste en recursos humanos, materiales y financieros. Las administraciones, como organismos públicos y centros de trabajo, tienen la responsabilidad de poner los medios que hagan posible el objetivo de la LPR. Y por tanto, deben ser ejemplares en el cumplimiento de la ley y en la difusión de la cultura de la prevención.
Estas líneas sintetizan no sólo mi visión personal y profesional de la realidad actual de la seguridad y salud laboral, sino que también recogen el sentir general de tantos compañeros trabajadores, que la Federación de Servicios Públicos de la UGT Córdoba comparte, apoya y defiende.

ANTONIO LOPERA LEÓN
Coordinador General Provincial de Seguridad y Salud Laboral de la FSP-UGT Córdoba.