Basilio vio a su padre morir el 15 de marzo de 2007. El
hombre, yesista de profesión como su vástago, cayó desde unos siete metros de
altura cuando trabajaba en una obra de Mancha Real. Falleció en el acto. De por
sí, la historia es sobrecogedora. Sin embargo, lo más dramático del caso es que
el hijo se sentó en el banquillo.
En el banquillo, también
se sentaron dos hermanos, empresarios de la construcción, que habían
subcontratado los servicios de Basilio G. C. y de su padre para enyesar las
paredes de un edificio. Junto a ellos, también fue juzgado un aparejador, que
tenía encomendadas las labores de coordinación de seguridad en la obra. Basilio
G. C. admitió que no utilizaban los cinturones de seguridad ni los arneses,
porque la empresa principal no se los había facilitado. También dijo que la
obra estaba “muy dejada” y que ni tan siquiera había un encargado. Los otros
tres acusados explicaron que sí habían facilitado los medios de protección
individual y dijeron que la víctima no tendría que haberse subido al andamio
porque había bebido. De hecho, la autopsia desveló que en el cuerpo del
fallecido había restos de alcohol y de cannabis.